Las 3 sangres invisibles de la mujer

Quería escribir sobre la sangre que no se ve, la invisible de lo invisible. Si la menstruación hoy en día continúa siendo objeto de censura y sus fenómenos están rodeados de mitos, falsas creencias y mucha, mucha falta de información, hay escenarios que comparten raíces con ella y que permanecen en lo subalterno de la salud sexual y reproductiva de la mujer. Quería escribir sobre esto porque lo he vivido y siento que deben ser visibilizadas las diversas sangres que emanan de nuestros cuerpos, algunas menstruales y otras no. Sangres que tienen en común un dolor muy profundo que ni siquiera tiene nombre.

Mi historia, la historia de mi cuerpo, se puede contar a través de la sangre y considero que también se puede sanar a través de ella. Haciéndola visible ayudo a desenquistar aquello que un día no se hizo palabra porque no había espacio, ni tiempo, ni ganas para ella.

# La sangre de la infertilidad

La primera sangre de la que quiero hablar es la sangre de la infertilidad. Esta sí es sangre menstrual, pero una muy amarga, muy oscura. Con lo que me costó llegar hasta el punto en el que amarme menstruante era una gozada, la infertilidad me devolvió al cajón del desamor, de la ansiedad, de la inseguridad… Transitar la infertilidad es vivir muy consciente de que tu ciclo te está traicionando y se van desmontando uno tras otro los constructos que habías asimilado como naturales en tu cuerpo. Es ahí dónde comienzas a ser química, porque entras en un proceso de reproducción asistida que transforma tu anatomía y tu psicología. La reproducción asistida cortó de raíz la sangre de la infertilidad, para sostener con progesterona y estrógenos artificiales un embarazo que no sucedía.

# La sangre de las amenazas de aborto

Hasta que un día sucedió y gracias a la ciencia me quedé embarazada de dos embriones clase A. Para quienes no estén al tanto de la jerga de la reproducción asistida, sí, ya desde que somos embriones es posible clasificarnos. Por el módico precio de “mi cuerpo hormonado hasta la saciedad” y un aborto bioquímico (otra sangre invisible) que te deja partida en pedazos, tres años y medio después del inicio del proceso, sucedió el milagro, pero la alegría duró poco. A las 8 semanas de embarazo tuve la primera amenaza de aborto y me vi sentada sola en un pasillo de hospital derramando una sangre que no le importaba a nadie, esperando a una ginecóloga impertinente que atendía un parto en la sala de al lado. Y mi bebé estaba bien, pero yo sangraba mucho. Y sangré durante semanas, 5 meses, todos los días un poquito, algunos días un poco más. Un hematoma había acaparado mi útero y se manifestaba muy presente en mis bragas y en mis pesadillas.

# Los loquios

Nos hicimos fuertes, ganamos al hematoma. Y llegó el parto, el postparto y los loquios. La sangre que estuvo conmigo más de 40 días, de la que te informan poquísimo y de la que surgen miles de dudas que nunca llegan a ser respondidas porque en el postparto estas a otras cosas más importantes y, total, a los 40 días ya no estará aquí y todo volverá a ser como antes. ¿Seguro? Esta sangre es muy poderosa, sin embargo. Es una sangre de tránsito, es una sangre que cierra la herida del parto, que cierra una etapa. Una sangre que es muy importante para nosotras y que merece toda nuestra atención.

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